Hechos-27

(Reina Valera 1995)

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  • 1 Cuando se decidió que habíamos de navegar para Italia, entregaron a Pablo y a algunos otros presos a un centurión llamado Julio, de la compañía Augusta.
  • 2 Nos embarcamos en una nave adramitena que iba a tocar los puertos de Asia, y zarpamos. Estaba con nosotros Aristarco, macedonio de Tesalónica.
  • 3 Al otro día llegamos a Sidón; y Julio, tratando humanamente a Pablo, le permitió que fuera a los amigos para ser atendido por ellos.
  • 4 Y haciéndonos a la vela desde allí, navegamos a sotavento de Chipre, porque los vientos eran contrarios.
  • 5 Habiendo atravesado el mar frente a Cilicia y Panfilia, llegamos a Mira, ciudad de Licia.
  • 6 Allí el centurión halló una nave alejandrina que zarpaba para Italia, y nos embarcó en ella.
  • 7 Navegamos despacio muchos días, y habiendo llegado a duras penas frente a Gnido porque nos lo impedía el viento, navegamos a sotavento de Creta, frente a Salmón.
  • 8 Después de costearla con dificultad, llegamos a un lugar que llaman Buenos Puertos, cerca del cual estaba la ciudad de Lasea.
  • 9 Como habíamos perdido mucho tiempo y era ya peligrosa la navegación por haber pasado ya el ayuno, Pablo los amonestaba,
  • 10 diciéndoles: —Veo que la navegación va a ser con perjuicio y mucha pérdida, no solo del cargamento y de la nave, sino también de nuestras vidas.
  • 11 Pero el centurión daba más crédito al dueño y al capitán de la nave que a lo que Pablo decía.
  • 12 Y como el puerto era incómodo para invernar, la mayoría acordó zarpar de allí e intentar llegar a Fenice, puerto de Creta que mira al nordeste y sudeste, e invernar allí.
  • 13 Y como comenzó a soplar una brisa del sur, les pareció que podían continuar el viaje. Entonces levaron anclas y fueron costeando Creta.
  • 14 Pero no mucho después dio contra la nave un viento huracanado llamado Euroclidón.
  • 15 La nave era arrastrada, y al no poder poner proa al viento, nos abandonamos a él y nos dejamos llevar.
  • 16 Después de pasar a sotavento de una pequeña isla llamada Clauda, con dificultad pudimos recoger el esquife.
  • 17 Una vez subido a bordo, usaron de refuerzos para asegurar las amarras de la nave; y por temor de dar en la Sirte, arriaron las velas y quedaron a la deriva.
  • 18 Pero siendo combatidos por una furiosa tempestad, al siguiente día empezaron a deshacerse de la carga,
  • 19 y al tercer día con nuestras propias manos arrojamos los aparejos de la nave.
  • 20 Al no aparecer ni sol ni estrellas por muchos días, y acosados por una tempestad no pequeña, ya habíamos perdido toda esperanza de salvarnos.
  • 21 Entonces Pablo, como hacía ya mucho que no comíamos, puesto en pie en medio de ellos, dijo: —Habría sido por cierto conveniente haberme oído, y no zarpar de Creta tan solo para recibir este perjuicio y pérdida.
  • 22 Pero ahora os exhorto a tener buen ánimo, pues no habrá ninguna pérdida de vida entre vosotros, sino solamente de la nave,
  • 23 pues esta noche ha estado conmigo el ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo,
  • 24 y me ha dicho: “Pablo, no temas; es necesario que comparezcas ante César; además, Dios te ha concedido todos los que navegan contigo.”
  • 25 Por tanto, tened buen ánimo, porque yo confío en Dios que será así como se me ha dicho.
  • 26 Con todo, es necesario que demos en alguna isla.
  • 27 Al llegar la decimacuarta noche, y siendo llevados a través del mar Adriático, a la medianoche los marineros sospecharon que estaban cerca de tierra.
  • 28 Echaron la sonda y hallaron veinte brazas; y pasando un poco más adelante, volvieron a echar la sonda y hallaron quince brazas.
  • 29 Temiendo dar en escollos, echaron cuatro anclas por la popa, y ansiaban que se hiciera de día.
  • 30 Entonces los marineros procuraron huir de la nave, y echando el esquife al mar aparentaban como que querían largar las anclas de proa.
  • 31 Pero Pablo dijo al centurión y a los soldados: —Si estos no permanecen en la nave, vosotros no podéis salvaros.
  • 32 Entonces los soldados cortaron las amarras del esquife y lo dejaron perderse.
  • 33 Cuando comenzó a amanecer, Pablo exhortaba a todos que comieran, diciendo: —Éste es el decimocuarto día que veláis y permanecéis en ayunas, sin comer nada.
  • 34 Por tanto, os ruego que comáis por vuestra salud, pues ni aun un cabello de la cabeza de ninguno de vosotros perecerá.
  • 35 Y dicho esto, tomó el pan y dio gracias a Dios en presencia de todos, lo partió y comenzó a comer.
  • 36 Entonces todos, teniendo ya mejor ánimo, comieron también.
  • 37 Y éramos todas las personas en la nave doscientas setenta y seis.
  • 38 Una vez satisfechos, aligeraron la nave echando el trigo al mar.
  • 39 Cuando se hizo de día, no reconocieron el lugar, pero vieron una ensenada que tenía playa, en la cual acordaron varar la nave, si podían.
  • 40 Cortaron, pues, las anclas y las dejaron en el mar; aflojaron también las amarras del timón, izaron al viento la vela de proa y enfilaron hacia la playa.
  • 41 Pero, dando en un lugar de dos aguas, hicieron encallar la nave. La proa, hincada, quedó inmóvil, y la popa se abría con la violencia del mar.
  • 42 Entonces los soldados acordaron matar a los presos, para que ninguno se fugara nadando.
  • 43 Pero el centurión, queriendo salvar a Pablo, les impidió este intento, y mandó que los que supieran nadar se arrojaran al agua primero y salieran a tierra;
  • 44 y los demás, parte en tablas, parte en cosas de la nave. Y así aconteció que todos se salvaron saliendo a tierra.
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