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»En aquel día se abrirá una fuente para lavar del pecado y de la impureza a la casa real de David y a los habitantes de Jerusalén.2
»En aquel día arrancaré del país los nombres de los ídolos, y nunca más volverán a ser invocados --afirma el SEÑOR Todopoderoso--. También eliminaré del país a los profetas y la impureza que los inspira.3
Y si hubiera todavía alguno que quisiera profetizar, sus propios padres le dirán: “Has mentido en el nombre del SEÑOR. Por tanto, debes morir.” Y por meterse a profeta, sus propios padres lo apuñalarán.4
»En aquel día los profetas se avergonzarán de sus visiones proféticas. Ya no engañarán a nadie vistiéndose con mantos de piel,5
sino que cada cual dirá: “Yo no soy profeta sino agricultor. Desde mi juventud, la tierra ha sido mi ocupación.”6
Y si alguien le pregunta: “¿Por qué tienes esas heridas en las manos?”, él responderá: “Son las heridas que me hicieron en casa de mis amigos.”7
»Despierta, espada, contra mi pastor, contra el hombre en quien confío! --afirma el SEÑOR Todopoderoso--. Hiere al pastor para que se dispersen las ovejas y vuelva yo mi mano contra los corderitos.8
Las dos terceras partes del país serán abatidas y perecerán; sólo una tercera parte quedará con vida --afirma el SEÑOR--.9
Pero a esa parte restante la pasaré por el fuego; la refinaré como se refina la plata, la probaré como se prueba el oro. Entonces ellos me invocarán y yo les responderé. Yo diré: “Ellos son mi pueblo”, y ellos dirán: “El SEÑOR es nuestro Dios.”