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Llegó el día en que los ángeles debían hacer acto de presencia ante el SEÑOR, y con ellos llegó también Satanás para presentarse ante el SEÑOR.2
Y el SEÑOR le preguntó: --¿De dónde vienes? --Vengo de rondar la tierra, y de recorrerla de un extremo a otro --le respondió Satanás.3
--¿Te has puesto a pensar en mi siervo Job? --volvió a preguntarle el SEÑOR--. No hay en la tierra nadie como él; es un hombre recto e intachable, que me honra y vive apartado del mal. Y aunque tú me incitaste contra él para arruinarlo sin motivo, todavía mantiene firme su integridad!4
--Una cosa por la otra! --replicó Satanás--. Con tal de salvar la vida, el hombre da todo lo que tiene.5
Pero extiende la mano y hiérelo, a ver si no te maldice en tu propia cara!6
--Muy bien --dijo el SEÑOR a Satanás--, Job está en tus manos. Eso sí, respeta su vida.7
Dicho esto, Satanás se retiró de la presencia del SEÑOR para afligir a Job con dolorosas llagas desde la planta del pie hasta la coronilla.8
Y Job, sentado en medio de las cenizas, tomó un pedazo de teja para rascarse constantemente.9
Su esposa le reprochó: --¿Todavía mantienes firme tu integridad? Maldice a Dios y muérete!10
Job le respondió: --Mujer, hablas como una necia. Si de Dios sabemos recibir lo bueno, ¿no sabremos también recibir lo malo? A pesar de todo esto, Job no pecó ni de palabra.11
Tres amigos de Job se enteraron de todo el mal que le había sobrevenido, y de común acuerdo salieron de sus respectivos lugares para ir juntos a expresarle a Job sus condolencias y consuelo. Ellos eran Elifaz de Temán, Bildad de Súah, y Zofar de Namat.12
Desde cierta distancia alcanzaron a verlo, y casi no lo pudieron reconocer. Se echaron a llorar a voz en cuello, rasgándose las vestiduras y arrojándose polvo y ceniza sobre la cabeza,13
y durante siete días y siete noches se sentaron en el suelo para hacerle compañía. Ninguno de ellos se atrevía a decirle nada, pues veían cuán grande era su sufrimiento.